Las ideas y las edades del alma.
Las ideas y las edades del alma.
Hay personas
que están sinceramente convencidas de que el mantenerse fieles a una idea es
una forma de auto respeto, de lealtad, de honradez derivada de esa lealtad y en
definitiva de amor al propio espíritu.
Pero ¿no es
también esa una manera de encarcelar tu alma? Si en la vida todo es evolución y
cambio ¿por qué deseamos mantenernos en una visión determinada de la vida?¿cómo
no somos capaces de darnos la posibilidad de aprender y crecer y vivir la vida
en todas sus etapas?
Puede que
parte de esta desarmonía se deba a que creemos que nuestro ente, que genera
ideas, incluso la idea de sí mismo, debe alimentarse de ideas. Pero las ideas
no son como los alimentos. Estos se descomponen con la digestión y se unen estas
partes disociadas, muy diferentes de su estado original, a nuestras células
para mantenerlas y hacerlas crecer. Células. Punto y final.
Cuando una
idea se digiere, genera poco a poco ideas complementarias (a nuestro cerebro,
la parte funcional de este ente, le encanta la coherencia) y nuestro yo empieza
a comportarse de acuerdo a esa coalición de ideas. Una fue atractiva, la idea
reveladora o inspiradora, la elegimos y la incorporamos a nosotros mismos, pero
todas sus amigas (las ideas complementarias nacidas de la originaria o
acompañantes de ella) no fueron igual de elegidas, se han ido adoptando como
una corte necesaria para nuestra idea central. De una podemos estar seguros de recorrerla
de arriba abajo, de razonarla incluso y, por supuesto, de amarla de una forma
que llega a ser reverente. De las demás con frecuencia sabemos poco, incluso
desconocemos que las practicamos, su mezcolanza las difumina y las hace pasar
inadvertidas.
Si nuestra
idea central por ejemplo fuese la igualdad social a escala planetaria podríamos
actuar incluso de formas situadas en posiciones extremas, con la pequeña acción
constante cuando prevalece nuestro sentido del amor o con una guerra declarada
a las clases más pudientes o con sistemas de control de la población sobre las
clase más populares cuando prevalece nuestro sentido del deber. La idea central
ha generado movimientos que nunca nos pueden llevar a un mismo futuro.
Puede que esta
forma de ver las cosas nos ponga en evidencia la inconsistencia de este nuestro
principio básico y que busquemos, por tanto, un nuevo pensamiento rector. A
muchas personas les ha sucedido esto, a veces de forma tan familiar como
reconocer que ‘lo estoy haciendo como decía mi padre, quien lo hubiera dicho’.
Y cuando esto ha sucedido varias veces solo una parte de todas las personas ‘cambiantes’
(las que aceptan y/o fomentan los cambios) se da cuenta de que las ideas pasan y
que sin embargo nuestro yo sigue ahí ¿esperando otra? No, ya no habrá más idea
central. Comprendemos que no necesitamos ideas preconcebidas, ya las hemos
usado y quemado, y hemos sido consecuentemente usados y quemados por ellas.
Nuestro espíritu en ese momento ya no necesita ideas, necesita conocimiento.
El
conocimiento es prácticamente el único camino que libera al espíritu. Lo hace
que camine al lado de su tiempo, asimilando las experiencias y atisbando los
futuros que ese conocimiento te permite vislumbrar. Y sobre todo nos libera del
miedo a equivocarnos pues podemos aceptar lo diferente y lo nuevo con interés
pero también tendrán que encajar en todo lo que ya nos conforma. Ya no hay que
tirarlo todo y empezar de nuevo. El conocimiento atrae más conocimiento y eso
nos da visión amplia y tranquilidad de espíritu pues nuestra relación con los
demás es menos tensa, tenemos más recursos para actuar, debatir, intercambiar
ideas.
Nunca más nos vamos a sentir perdedores, tan solo aprendices.
Javier Navarro
En Almensilla
a 28 de Junio de 2016
Creo que tenemos que reinventarnos una y otra vez, mantenerse en las mismas ideas nos convierte en anacronicos.
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